Fotogramas: ¿Por qué amamos a Emma Watson?

¿Cómo de difícil es encontrar a alguien que se ajuste a la noción clásica de estrella en esta era de Periscopes, hipervisibilidad social, actualizaciones constantes en 140 caracteres y teléfonos que convierten a cualquiera en potencial paparazzo? Respuesta: es muy difícil. Hace décadas, las estrellas residían en un limbo privado y alejado de la realidad cotidiana, comunicándose con sus seguidores a través de material oficial (sesiones de fotos, ruedas de prensa, etc). Pero la llegada del teleobjetivo y la masificación de las redes sociales hacen que, ahora mismo, las veamos más bajando a comprar leche que en una alfombra roja. En estas circunstancias, alguien tiene que tener verdadera luz propia para seguir manteniendo ese je ne sais quoi que la acredite como merecedora del Olimpo.
Emma Watson lo tiene. Este articulista lo pudo comprobar de primera mano en la premiere madrileña de 'Noé': no eran sólo las masas de fans que se habían desplazado hasta el cine sólo para verla a ella (su interés por Jennifer Connelly o Darren Aronofsky era tendente a cero), sino el efecto intangible, pero innegable, que inundó todo cuando ella se bajó del coche. Rodeada de un equipo de cuatro asistentes personales (entre guardaespaldas, relaciones públicas y quién sabe qué más), Watson dividía sus atenciones entre prensa e ciudadanos de a pie, porque todo el mundo quería hablar con ella. O, como poco, verla. Durante el rodaje de 'Regresión', el ansia por capturarla caracterizada como su personaje fue tal que hubo que poner las medidas de seguridad en código rojo. No estamos bromeando. Tú puedes hacer la prueba ahora mismo: teclea "emma watson gif" en cualquier buscador y cuenta los resultados que obtienes. No sólo eso, sino que también puedes investigar la cantidad de sitios o cuentas de Twitter para fans ha generado desde los tiempos de 'Harry Potter'. Cada aparición pública es analizada. Cada declaración se disecciona hasta sus unidades mínimas de significado. 
La culpa es de Potter, por supuesto. Se trata de una de las franquicias más populares de la historia, pero también es un asunto generacional. Su base actual de fans creció con ella, desde las aventuras infantiles de 'La piedra filosofal' (2001) hasta la oscura batalla final de 'Las reliquias de la Muerte: Parte 2' (2011). Así que ahí tienes una conexión poderosísima y automática... que no ha funcionado del mismo modo con sus dos compañeros de reparto. Daniel Radcliffe es, probablemente, uno de los actores más valiosos de su generación, pero no llega a los niveles de estrellato de Watson y, de hecho, siempre dar la sensación de estar infravalorado. Pero es lo que sucede cuando eres el niño de la profecía: siempre vas a llevar a Harry como una gaviota colgada al cuello (o mejor, como una cicatriz metafórica en la frente). Nunca vas a hacer nada que lo supere en la mente del espectador. Y en cuanto a Rupert Grint... Bueno, todos queremos a Rupert Grint. Hermione era el personaje con el que cualquier lector o lectora lo tenía más fácil para identificarse: sus padres no pertenecían a una dinastía de magos ricos y famosos, sino que era muggles de clase obrera. Ella era la mejor bruja de su generación, pero no por derecho de nacimiento: simplemente estudiaba y se esforzaba a fondo cada día por ello. Y lo mismo se puede decir de la actriz y, ya que estamos, de Grint y Radcliffe: los tres se dejaron la piel en sus personajes, a diferencia de (pongamos por caso) el reparto de 'Crepúsuculo' y sus constantes miradas de oh-señor-cuántos-libros-más-tenemos-que-adaptar-antes-de-que-acabe-este-sufrimiento. Emma Watson ha seguido dando lo mejor de sí en su carrera post-Hogwarts: ya sea sufriendo como en 'Noé' y 'Regresión'... o siendo la pavorosa máscara neutra de toda su generación en 'The Bling Ring', un papel que nos mostró un lado perverso como contraste a su asumida dulzura. Pero no basta con ser una actriz estupenda, y tampoco con personificar el glamour en cada gala. Hay que mantener un equilibrio entre ese estatus inalcanzable y los pies en la tierra, sino que en ningún momento la balanza se incline hacia ninguno de los dos lados. Prueba #1: a la edad de 24 años, la actriz se graduó en la Universidad de Brown, con dos años de retraso porque el tren de Harry Potter no esperaba a nadie. Las fotos del acto consiguen el truco de magia de parecer normales, las de cualquier joven de su edad, al mismo tiempo que sencillamente irreales. Porque, ya sabes, es una estrella de Hollywood. ¿Lo normal no era que esperaran a ser lo suficientemente famosas como para que un campus les regalara el diploma a cambio de darles una charla a los alumnos? ¿O que pasaran directamente del tema? Watson es el gato de Schrödinger de las superestrellas contemporáneas: no se mueve sin su ejército de asistentes personales, pero tiene prioridades como graduarse o hacerse una foto con la cosa más adorable del mundo. Acabamos con, quizá, la razón más poderosa de todas. Emma Watson no sólo es feminista y muy vocal al respecto, sino que ha usado efectivamente su star power para transmitir el mensaje a una audiencia global. Su discurso en la sede de Naciones Unidas, punto de lanzamiento de la campaña #HeForShe, ya es historia viva del movimiento: "Hombres, quisiera aprovechar esta oportunidad para extenderos una invitación formal. La igualdad de género también es asunto vuestro". Sólo una personalidad pública de su categoría podría lanzar un mensaje como ese sabiendo que el mundo entero va a escuchar y que va a marcar una diferencia, pero sólo alguien muy intrépido podría anteponer la causa a las reacciones negativas a las que, aún hoy (y ese es el quid de toda esta cuestión), se debe enfrentar toda mujer famosa que decida significarse de una forma tan decisiva. Así que sí, todos admiramos a Emma Watson. ¿Cómo podríamos no hacerlo?


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